jueves, 25 de agosto de 2011

Tenía que postear esto..

Unos días luego de regresar de 22 días en Israel, me encontré este artículo en el Nuevo Mundo Israelita, el semanario de la comunidad judía de Venezuela, y me sentí full identificado con lo que  la autora escribió; la autora, Fanny Díaz, es una venezolana que hizo aliá. Las palabras escritas en alefbet, son mías.


Habla como sea que algo queda

Lo dicho: en todas partes se cuecen habas. Co­­mo cualquier otra academia contem­po­rá­nea de su género, la Academia del Idioma He­breo se queja de la corrupción de la lengua, no so­lo por el uso de palabras foráneas para las cua­les hay sinónimos en hebreo, sino por los in­só­litos giros idiomáticos de uso común en el ha­bla de la calle.
Para una amante de la palabra como yo, no pa­sa inadvertido que en este momento me en­cuen­tro entre los causantes de tal despro­pó­sito. Ten­go plena conciencia de que cada vez que pro­nuncio una sílaba en hebreo estoy maltra­tan­do el idioma. Sin embargo, no puedo hacer na­da al respecto excepto de lo que ya hago: ha­blar como sea para aprender a hablar.
El asunto ha llegado a terrenos tales, que ya hay quien sugiere que no se siga llamando he­breo a lo que se habla en Israel, sino que se le lla­me “israelí”. Como tampoco se sabe mucho a qué se puede llamar israelí, la propuesta pa­re­ce más bien un chiste. Sofisticado, pero chis­te al fin.
Los israelíes tienen fama de malhumorados e impacientes, pero yo en particular no estoy de acuer­do. Tendrán poca paciencia para respetar su turno en el banco, pero a la hora de entender a alguien que habla mal hebreo, su paciencia pa­re­ce inagotable. Por alguna razón, que quizá ten­ga raíces en la solidaridad judía con los me­nos afortunados, los israelíes se sienten en la obli­gación de reforzar la estima de los nuevos ha­blantes. A cada esfuerzo por completar una fra­­se, indefectiblemente le siguen las expre­sio­nes יפה, yafé (bello) y כל הכבוד, kol hakavod (todo el honor), sin el menor asomo de ironía. No importa cuán­to lleves en el país, el otro siempre dirá —con sin­cera admiración— que para ese tiempo tu ni­vel de hebreo es admirable. Por supuesto, tam­bién conoce a alguien que lleva mucho más y ni de lejos se acerca a ese nivel. A eso llamo yo ge­ne­­rosidad.
Amos Oz, el más internacional de los escri­to­res israelíes y uno de los principales hablantes del hebreo moderno, suele disertar sobre la ver­ti­ginosa evolución del hebreo clásico al moder­no: “Lo que en otras lenguas ha supuesto un pro­ceso de varios siglos, para el hebreo han sido unas pocas generaciones. La distancia entre Mi­guel de Cervantes y Gabriel García Márquez, en tér­minos hebreos, es de 120 años”.
De vez en cuando, para calmar mis angus­tias puristas, me consuelo pensando que quizá ese galimatías que sale de mi boca cada vez que in­tento hablar hebreo en realidad es un eslabón de esa cadena evolutiva. No creo que la Acade­mia del Idioma Hebreo apoye la pretensión, pe­ro con seguridad cualquier otro israelí dirá con el mayor énfasis: yafé, kol hakavod. ¡Qué gran­de­za de espíritu! Aunque dos segundos más tar­de tenga que caerle a codazos para subirme al au­tobús.
#ILoveIsrael

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