Unos días luego de regresar de 22 días en Israel, me encontré este artículo en el Nuevo Mundo Israelita, el semanario de la comunidad judía de Venezuela, y me sentí full identificado con lo que la autora escribió; la autora, Fanny Díaz, es una venezolana que hizo aliá. Las palabras escritas en alefbet, son mías.
#ILoveIsraelHabla como sea que algo queda
Lo dicho: en todas partes se cuecen habas. Como cualquier otra academia contemporánea de su género, la Academia del Idioma Hebreo se queja de la corrupción de la lengua, no solo por el uso de palabras foráneas para las cuales hay sinónimos en hebreo, sino por los insólitos giros idiomáticos de uso común en el habla de la calle.Para una amante de la palabra como yo, no pasa inadvertido que en este momento me encuentro entre los causantes de tal despropósito. Tengo plena conciencia de que cada vez que pronuncio una sílaba en hebreo estoy maltratando el idioma. Sin embargo, no puedo hacer nada al respecto excepto de lo que ya hago: hablar como sea para aprender a hablar.El asunto ha llegado a terrenos tales, que ya hay quien sugiere que no se siga llamando hebreo a lo que se habla en Israel, sino que se le llame “israelí”. Como tampoco se sabe mucho a qué se puede llamar israelí, la propuesta parece más bien un chiste. Sofisticado, pero chiste al fin.Los israelíes tienen fama de malhumorados e impacientes, pero yo en particular no estoy de acuerdo. Tendrán poca paciencia para respetar su turno en el banco, pero a la hora de entender a alguien que habla mal hebreo, su paciencia parece inagotable. Por alguna razón, que quizá tenga raíces en la solidaridad judía con los menos afortunados, los israelíes se sienten en la obligación de reforzar la estima de los nuevos hablantes. A cada esfuerzo por completar una frase, indefectiblemente le siguen las expresiones יפה, yafé (bello) y כל הכבוד, kol hakavod (todo el honor), sin el menor asomo de ironía. No importa cuánto lleves en el país, el otro siempre dirá —con sincera admiración— que para ese tiempo tu nivel de hebreo es admirable. Por supuesto, también conoce a alguien que lleva mucho más y ni de lejos se acerca a ese nivel. A eso llamo yo generosidad.Amos Oz, el más internacional de los escritores israelíes y uno de los principales hablantes del hebreo moderno, suele disertar sobre la vertiginosa evolución del hebreo clásico al moderno: “Lo que en otras lenguas ha supuesto un proceso de varios siglos, para el hebreo han sido unas pocas generaciones. La distancia entre Miguel de Cervantes y Gabriel García Márquez, en términos hebreos, es de 120 años”.De vez en cuando, para calmar mis angustias puristas, me consuelo pensando que quizá ese galimatías que sale de mi boca cada vez que intento hablar hebreo en realidad es un eslabón de esa cadena evolutiva. No creo que la Academia del Idioma Hebreo apoye la pretensión, pero con seguridad cualquier otro israelí dirá con el mayor énfasis: yafé, kol hakavod. ¡Qué grandeza de espíritu! Aunque dos segundos más tarde tenga que caerle a codazos para subirme al autobús.